lunes, 31 de enero de 2011

Cioran - Del inconveniente de haber nacido (1973) - En el mismo post, un prólogo de Fernando Savater




El verdadero contacto entre los seres sólo se establece en la presencia muda, en la aparente no comunicación, en el intercambio misterioso y sin palabras que se asemeja a la plegaria interior.



Enlace:



Por Fernando Savater

Prólogo a la edición española de Breviario de podredumbre (Précis de décomposition, 1949)

¿Cuáles son los derechos de la desesperanza? ¿Puede edificarse un discurso atareado en negarlo todo y en negarse, en desmentir sus prestigios, su fundamento y su alcance, su verosimilitud misma? ¿No es el escribir una tarea afirmativa siempre, de un modo u otro, apologética incluso en la mayoría de los casos? ¿Cómo se compagina la escritura con la demolición radical, que nada respeta ni propone en lugar de lo demolido, que no se reclama de tal o cual tendencia, ni quisiera ver triunfante cosa alguna sobre las borradas ruinas de las anteriores; cómo se compagina el texto con las lágrimas, las palabras con los suspiros, el discurso racional con el punto de vista de la piedra o de la planta? ¿Es concebible un pensamiento que se ve a sí mismo como una empresa imposible o ridícula, inevitablemente falaz en el justo momento de reconocerse su verdad? Estas son algunas de las más urgentes preguntas que se plantean al hilo de la lectura de Samuel Beckett o de E. M. Cioran. La respuesta no puede venir de un exterior que las obras de esos autores niegan: es preciso volver al interior del texto mismo, reincidir en la pregunta, convencerse de que dentro tampoco hay nada. Leer a Beckett o a Cioran es reasumir, una y otra vez, la experiencia de la vaciedad.


No tiene Cioran vocación de curandero, de saludador: no puede ser moralista. Lo que le importa, lo que se le impone, por un retortijón incontrolable de sus vísceras, es aliviarse del nebuloso malestar que le recome y diferencia, utilizando para ello la escritura: "Por mí, los problemas del cosmos y las teorías técnicas podían resolverse solos o como quisieran, o como acordaran resolverlos, en aquel momento, las autoridades en la materia. Mi gozo se hallaba más bien en la expresión, en la reflexión, en la ironía" (Santayana). Expresión, reflexión, ironía: aquí está la obra de E. M. Cioran. Expresar, debatirse de la íntima sensibilidad, muda y gástrica, hacia la objetivación; esculpir en la blanda inflexibilidad de la palabra la efigie del monstruo privado, de nuestra verdad; hablar de lo ciego, de lo roto, dar voz a lo que no puede tenerla, nombrar lo inmencionable. Sin objetivo, sin oyente quizá, sin intentar persuadir ¿de qué?, ¿a quién?, ¿por qué? , en la expresa renuncia al sistema, a la Verdad incluso, sobre todo a la Verdad. "Hablar por hablar es la única liberación" (Novalis).

Un ejercicio tan torvo, tan improbable, debería suscitar la risa: la risa preventiva, azorada, de quien trata de evitar que un discurso demasiado serio sea tomado en serio, pero también la risa liberadora de quien por fin se atreve a saber. No es el severo ropón académico, la lúgubre máscara de quien lleva en sus hombros el peso teórico del mundo (lo que dice más en favor de los hombros que del peso teórico, naturalmente), lo que sienta bien a la revelación nihilista: dejemos eso para quien tiene el Sistema y por lo tanto, el Orden de su lado. Pongámonos del lado de la risa, de la sonrisa inspirada, al borde del estallido, de la carcajada refrenada en estilo: en esto está la maestría del de Cioran. La risa alzada sobre, al borde, en torno de lo que la desmiente. Precisemos: no se trata de la risa nietszcheana, aún (o ya) no: la opinión de que los textos de Cioran son la prolongación contemporánea de los del solitario de Sils Maria necesitaría tales precisiones y comentarios que expresado en la cruda forma en que lo formula Susan Sontag, apenas puede compartirse. Hay muchas clases de risa, pero todas distan de ser igualmente estimables, igualmente sanas: "De todas las risas que hablando propiamente no son tales, sino que más bien reemplazan al aullido, sólo tres a mi juicio merecen detenerse sobre ellas, a saber: la amarga, la de dientes a fuera y la sin alegría. Corresponden a ¿cómo decirlo? a una excoriación progresiva del entendimiento y el paso de una a otra es el paso de lo menos a lo más, de lo inferior a lo superior, de lo exterior a lo interior, de lo grosero a lo sutil, de la materia a la forma. La risa amarga ríe de lo que no es bueno, es la risa ética. La risa de dientes afuera ríe de lo que no es verdadero, es la risa judicial. ¡Lo que no es bueno! ¡Lo que no es verdadero! ¡En fin! Pero la risa sin alegría es la risa noética, por este gruñido ¡ja! , así, es la risa de las risas, la risus purus, la risa que se ríe de la risa, homenaje estupefacto a la broma suprema, en resumen, la risa que se ríe silencio, por favor de lo desdichado" (Samuel Beckett). El humor rescata a Cioran del sermón de los ejercicios espirituales, con lívidos decorados de Loyola, del "no somos nadie", funeral de quien no se hubiera atrevido a decir eso mismo en vida del difunto o de su propia vida; el humor le salva de cualquier tipo de unción, y garantiza que la lucidez crítica del discurso no prescinde de volverse contra su misma empresa, que la lucidez tiene mucho de opaca y la risa también es risible. El humor preserva y confirma la reversibilidad del discurso, su circularidad; lo que puede volver sobre sí mismo, lo que necesaria libremente por azar retorna, escapa a lo dogmático: la ironía nos resguarda de la Iglesia.

Tarea intelectual incalificable la de Cioran: no se deja etiquetar a la primera y la división del trabajo no puede por menos de resentirse. En realidad, ningún género se le ajusta convincentemente: a lo que más podría parecerse es a los manuales de meditación o a los libros de horas: libro de horas del horror, de la infinita finitud de las horas... Pero sería demasiado tranquilizador, amparándose en el elegante clasicismo de un estilo, confinarle definitivamente en el campo de lo "puramente literario", en la acepción filistea que los profesionales de la filosofía y de la ciencia suelen dar a estas palabras, significando con ellas lo perteneciente en último término a lo venial y recreativo, lo alejado de la "dura realidad de la vida", ejercicio propio de quienes no alcanzan esto no suele llegar a decirse las severas glorias de la matemática, el laboratorio y el Sistema. Pongamos ¿solo por afán de provocar? que lo que hace Cioran es verdadera filosofía, con tanto derecho a ser llamada tal como lo tenía la de Diógenes frente a la de Platón. La historia de la filosofía la han escrito los sistemáticos: urge una apología del sofista. ¿Y si la Verdad está del lado de los que renunciaron expresamente a ella? El Sistemático científico insistirá en el carácter subjetivo del discurso fragmentario de Cioran: "Tu lo ves todo negro, aquél puede verlo todo color de rosa, con la misma razón. Sólo el Sistema da cuenta de una y otra postura." Pero también el Sistema es una postura, de la que pueden dar cuenta Cioran o los sofistas. Al sistemático se le escapa el carácter de opción que tiene todo sistema, el punto de vista subjetivo que le da origen; el escéptico es muy consciente, en cambio, de este inicio azaroso. El Sistema acusará a Cioran de contradicciones, de incoherencia, de escribir cada fragmento como si no hubiera escrito nada más; pero la coherencia que él busca es otra que la de la sencilla solidaridad de las palabras domesticadas: azuzando unas palabras contra otras pretende más bien la plena liberación de las fuerzas que las palabras ocultan o postergan. No se trata de edificar un castillo conceptual en el que refugiar nuestros sueños, las esperanzas sin las que no queremos perdurar: por demasiado tiempo ésta ha sido considerada la misión de la filosofía, pero "el pensamiento es destrucción en su esencia. Más exactamente, en su principio. Se piensa, se comienza a pensar, para romper las ligaduras, disolver las afinidades, comprometer la armazón de "lo real". Sólo después, cuando el trabajo de zapa está muy avanzado, el pensamiento se domina y se insurge contra su movimiento natural" (Cioran).

Pensador ahistórico, espléndidamente aislado, sin escuela ni progenie, la figura de E. M. Cioran aparece con creciente frecuencia en el Mar de los Sargazos de la cultura contemporánea: "the king of pessimists" le bautiza, en su inefable estilo, Time; Susan Sontag comienza con citas suyas una película (bastante mediocre), presentada en Cannes en 1971, y hace sobre él entusiastas declaraciones a la prensa; uno de sus libros, La chute dans Ie Temps, alcanza cierto éxito en Estados Unidos, aunque Cioran advierte: "como todo éxito, se trata de un malentendido"; se repiten sus aforismos, para dar peso sentencioso a artículos periodísticos con pretensiones de sublimidad (peligro máximo de Cioran: lo fácil y brillantemente que se le puede citar). No le busquéis en las obras de los filósofos profesionales, ni en las historias de la filosofía (una excepción: Ferrater le cita en su Diccionario filosófico, en la bibliografía del artículo "nihilismo"). Sus obras son contemporáneas de las de Sartre o Camus, pero nadie se atrevería a incluirle en el existencialismo francés: los galimatías de la esencia y la existencia son demasiado alemanes para él... Como Georges Bataille, como Clément Rosset, E. M. Cioran es miembro de la "sombra" (en el sentido en que emplea la expresión Eugenio Trías) de la filosofía oficial francesa de nuestros días; hacia esta sombra se van volviendo muchos ojos, fatigados del relumbrón de tantos alamares y charreteras.

De todos los países de Europa, el predilecto de Cioran, su obsesión, su límite y su infierno, es España. Leyéndole, se hace necesario que tal cosa como España exista. En mística y en blasfemias, en fanatismo, sangre, ímpetu y desesperanza, en azar y fatalismo, tenemos las raíces más largas y más hondas: hemos llevado a su límite la experiencia de vivir, hemos trasgredido los límites.. . Nuestro castigo es aleccionador.

Le llamé en algún sitio "nihilista" y me repuso: "No estoy muy seguro de ser nihilista. Soy más bien un escéptico al que tienta, de cuando en cuando, otra cosa que la duda". Así se ve él y quizá así debamos verle nosotros. Este es un libro que nunca se acaba de leer; al cerrarlo, uno se repite: "El Arbol de la Vida no conocerá ya primavera: es madera seca; de él, harán ataúdes para nuestros huesos, nuestros sueños y nuestros dolores." Y luego: ¿ahora qué? Ahora. Qué.

Fuente:
http://www.elortiba.org/cioran.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario