sábado, 19 de marzo de 2011

Cuentistas: Inés Mendoza (1970)

Fuente:
http://www.revistadeletras.net/cuentistas-vi-ines-mendoza/

Inés Mendoza (Caracas, 1970) llegó de Venezuela a Madrid hace diez años y desde entonces no ha dejado de perseguir sus deseos, de ser fiel a su personal visión de lo vital y de lo artístico. Ha colaborado con diferentes textos en medios españoles, venezolanos y también en Chicago y Copenhague, además de en publicaciones especializadas de arquitectura. Cuentista galardonada con diversos premios, Inés Mendoza fue la apuesta novel de la editorial Páginas de Espuma para el año 2010. Sin embargo, nada en su literatura ni en su discurso hacen pensar en otra cosa que en un largo camino de lecturas, de búsqueda y de trabajo que, tras antologías como Voces Nuevas (1995), Tifoidea y otros cuentos (2005) o Parábola de los Talentos (Gens, 2007), ha desembocado en su primer libro de relatos, El otro fuego. Presentados por un brillante prólogo a cargo de Eloy Tizón, en los cuentos de Inés Mendoza arde ese fuego otro de la palabra como potencia transformadora. Un fuego que ilumina este libro como uno de los mejores estrenos que el cuento en español ha visto en los últimos años.

¿Por qué el cuento, Inés? ¿Qué te ha llevado a comenzar a publicar con ese medio de expresión literario?
Supongo que algo habrá de temperamental en esa elección. Es cierto que he escrito de todo: ensayos, artículos, poemas, teatro y hasta alguna novela. Sin embargo, prefiero trabajar con el cuento porque supone un proceso poético y narrativo al mismo tiempo. De la poesía me interesa la potencia de revelación y la capacidad de sugerencia. De la narración me interesa la “representatividad” –que diría Todorov–, especialmente en lo que toca al trabajo con el personaje. En un inestimable ensayo suyo, Gopegui asegura que los personajes que “no toman las riendas de su vida” excluyen el juicio. Estoy de acuerdo con ese análisis, por eso intento que mis personajes actúen guiados por la voluntad, por el deseo; que incursionen –como buenos valientes– en el misterio que acompaña a lo vivo. Después de todo, como dijo Yeats, es a mí a quien corrijo cuando escribo.

¿Cómo ves el supuesto auge del cuento en España? ¿Crees que el mundo editorial y los medios están de veras por la labor? Sin militancias, que ya no vienen a cuento, pero, ¿qué crees que podría y cabría hacerse para que el relato breve, definitivamente, recibiera atención como lenguaje literario a la altura de cualquier otro?
Es que francamente no creo que haga falta que el cuento reciba más atención; es suficiente con la que se le presta. En nuestra sociedad, todo lo que se pone en el foco termina por convertirse en mercancía. En mi opinión el cuento está muy bien como está.
Pero sí pienso que hay un auge del género en España; los estudios de críticos sólidos como Fernando Valls así lo demuestran. La franja editorial que se dedica con más seriedad y talento al cuento, es decir, sellos como Páginas de Espuma, Menoscuarto, Tropo o Salto de Página, han contribuido mucho a la difusión del género: no hay más que ver la creciente presencia de estas editoriales en las librerías, y las antologías que recogen el trabajo de sus mejores autores. Lo mismo pasa con los blogs, particularmente con El Síndrome Chéjov.
Otra cosa es el espacio que los medios otorgan al cuento, que no es muy grande, pero como te digo, creo que eso es mejor para la salud literaria del género. Mejor quedémonos así, no vaya a ser que aparezcan también best sellers de relato; sería horrible.
¿Crees que puede identificarse, al margen del aspecto editorial, una evolución literaria del relato en las últimas décadas? Se publica más, eso sí, pero, ¿se escribe mejor cuento?
Gracias a la difusión que el cuento ha tenido en los últimos años, tanto lectores como autores manejan con más pericia las convenciones del género. Esto lo debemos a varias cosas: los talleres literarios, las antologías y las reediciones de clásicos del relato que han publicado las editoriales especializadas (Chéjov, Poe), librerías como Tres Rosas Amarillas, etc. Pienso que estos factores, entre otros, han contribuido a crear más y mejores lectores de cuento, y por ende, libros que en general tienen un nivel muy profesional. Ahora bien, personalmente, extraño en la mayoría de los autores actuales cierta rebeldía, y sobre todo cierta diversidad: se escriben pocos cuentos de literatura del absurdo, fantásticos, expresionistas, etcétera. Recuerdo que hace unos años, algunos nos revelamos contra la fiebre carveriana que invadió el cuento; hoy aquella fiebre ya no existe, pero tampoco veo demasiada voluntad de experimentación.
¿Qué delata para ti a un buen cuento? ¿Cuál sería esa seña de identidad en tus mejores cuentos?
Para mí escribir es una responsabilidad, ya se trate de un artículo, un cuento o una novela. Así que cuando leo un libro, sea del género que sea, necesito que me haga una propuesta responsable, es decir, que se inscriba en un universo de ideas, que acredite un trabajo técnico/poético y que esté apoyado por un discurso de autor. Por eso mismo, necesito que el texto no se pretenda “inocente”; me da igual cuál sea su verdad. No creo en la inocencia literaria (y en ninguna), que en mi opinión no es más que una máscara –irresponsable– que encubre la falta de imaginación o de discurso. La historia literaria demuestra con creces que sus artífices nunca son taquígrafos “inocentes” de la realidad. Además, todos los libros, voluntaria o involuntariamente, manifiestan una postura ante el mundo. Como lectora busco que esa postura esté anclada en la literatura, que articule una poética, sea para refrendar la tradición o –mejor aún– para romper sus reglas. Lo contrario me resulta pretencioso y me hace dudar de la seriedad del texto.
Por otra parte, como cualquier lector, tengo mis preferencias. Soy una ferviente militante de los presupuestos del movimiento romántico, y por lo tanto tengo debilidad por los textos que se estructuran como utopía: rebelándose contra el mundo que se les impuso, dudando de la realidad. La literatura (al menos para mí) es una de las formas más eficaces de reavivar las fuerzas que claman el reencantamiento de la vida, un vehículo óptimo para convocar el exceso, la experimentación o lo inimaginable. Ya dijo Victor Hugo que la literatura es siempre un poco extralegal. A mí cada vez me interesan más los libros que quieren transformar algo, cualquier cosa; por eso intento –y espero– que mis cuentos sean así: un poco excesivos, un poco románticos, un poco extralegales.
Háblanos de cómo vives el proceso creativo, de cómo te planteas el camino desde la idea inicial al texto definitivo, de cómo surgen tus textos. ¿Qué arranca el motor de la escritura en tu caso? ¿Una frase desencadena el resto? ¿Planificas todo con antelación, corriges a partir de un torrente inicial o cada relato te pide una estrategia distinta (ninguna, incluso)?
La mayoría de las veces, las ideas de los cuentos me son sugeridas por una lectura, pero otras surgen de una experiencia, una obsesión, un sueño o un deseo. Por ponerte un ejemplo, escribí “Rosas Amarillas” de un tirón –aunque eso me ocurre pocas veces-, en cambio “Estación del Destierro” es el testimonio de una especie de “estado destructivo” que me duró varias semanas.
Una vez empezados, trabajo los cuentos como si fueran poemas: atiendo por ejemplo al ritmo y a la musicalidad. Por otra parte, tengo bastante fobia a los proyectos, así que no planifico lo que voy a escribir. Soy enemiga del orden, lo que no significa que desprecie la técnica literaria o el estudio; al contrario, mimo muchísimo mis textos en ese sentido. Pero, romántica al fin, sí que busco experimentar ciertas pasiones cuando escribo: la intensidad, la conmoción, el encantamiento, etc., lo que no quiere decir que todo valga. Además, cada cuento tiene su proceso, algunos los corrijo con “guantes amarillos” y otros no. Con “Origami” tardé mucho por la prosodia, en cambio la corrección de “Motivos del sábado”, que tiene una estructura casi clásica, fue más relajada.
Tardé unos cinco años en escribir los relatos de El otro fuego, y casi un año más corrigiéndolo todo exhaustivamente, reflexionando sobre la relación entre los textos, analizando lo que podrían aportar, qué efecto tendrían tal y tal relato juntos, etcétera. Luego fui descubriendo lo que los cuentos tenían en común y quité relatos, añadí, corregí. Fue un proceso arduo, que me hizo analizar todos los cuentos que ya estaban escritos y quizá influyó en los que escribí luego.
En la primera entrevista de este ciclo le pregunté a Medardo Fraile por una especie de salto generacional en el cuento español, una zona de penumbra en la que, salvo excepciones, los veteranos y los más jóvenes no comparten referencias ni se leen demasiado entre sí. Buena parte de la crítica demuestra todavía ciertos prejuicios ante el hecho de que un autor de 2011 se haya nutrido también del cómic o las series de televisión. ¿Crees que hay en nuestro país un espacio literario en blanco entre tu generación y las anteriores?
No creo que ese vacío histórico sea posible, porque ningún artista puede escribir fuera de la sociedad en la que vive, así que por mucho que las últimas generaciones no lean a sus predecesores, reciben sus influencias, aunque sea a través de otros escritores que toman elementos de los “veteranos”. Sí me parece que en general los autores más jóvenes se leen demasiado entre ellos, teniendo  en cuenta la proporción de “veteranos” o clásicos que conocen. Pero también hay autores jóvenes que sí los leen.
¿Qué cuento crees que podría sorprender y conmover más a un lector que se acerque por primera vez a tu libro (esta semana ofrecemos a nuestros lectores el cuento que le da título, “El otro fuego”)? ¿Hay alguno que, a tu juicio, resuma con un efecto más claro tu poética personal en narrativa?
Si he de creer lo que me comenta la gente y lo que dicen varias reseñas de mi libro que se han publicado, “Origami” es uno de los que más “éxito” ha tenido. Ciertamente, es un relato que escribí con placer, a lo mejor es por eso que gusta tanto.
Con sinceridad, querría creer que mi poética está presente en cada cuento, después de todo es casi inevitable, ¿no? Pero ya que me preguntas, el cuento con el que más me identifico es “Estación del Destierro”; no sé, creo que expone mi forma de ver el mundo como ningún otro relato del libro.
¿Qué te interesa o te llega más de un cuento, la emoción provocada, la idea contenida o la perfección formal? ¿Cuál de ellas te parece más importante en un buen cuento?
Es muy difícil decirlo, porque hay grandes autores que no son particularmente virtuosos en el aspecto técnico; Lovecraft, por ejemplo, y sin embargo, su obra es inmensa, y aún me quedo corta –cortísima– con el adjetivo. En cambio ahora mismo no recuerdo ningún buen cuento que pueda prescindir de ese algo que conmueve.
En realidad, me parece que las tres categorías son importantes en un texto de ficción, porque de nada sirve que un cuento sea perfecto técnicamente hablando y muy imaginativo pero te deje frío. Además, en un buen texto siempre hay algo, al menos una cosa, que te conmueve, que no sé si es siempre la emoción: pienso por ejemplo en Blanchot o Durás, que apuntan más al intelecto.
¿Crees que el lector de cuentos es, en general, un lector más exigente? ¿Viene de ahí tal vez que el cuento, todavía hoy, parezca asunto de minorías inquietas?
Me encanta tu pregunta, la verdad es que no se me había ocurrido que el lector de cuentos pudiera ser más exigente. Es posible, para mí sería una noticia magnífica, desde luego. Creo que mientras más lectores exigentes tanto mejor, no sólo para la literatura, sino para la sociedad. Cuando viajo a París (que viajo mucho) me muero de envidia ante ciertas librerías especializadas en filosofía o artes plásticas. Yo querría que aquí pasara lo mismo, que hubiera muchas librerías y lectores atentos, estoy convencida de que eso contribuiría a que aparecieran movimientos literarios como los de la vanguardia francesa de principios del siglo XX.
Esta semana “la pregunta del lector” nos la envía la escritora Silvia Nanclares, desde Gascuña, Francia: “¿Consideras que tu género femenino mediatiza de algún modo tu poética? Es decir, ¿escribes como escritora o simplemente escribes?”.
Me gusta mucho tu pregunta, es muy interesante. La verdad es que dudo de que ningún escritor –hombre o mujer– se pare a pensar “como qué” escribe cuando se sienta a trabajar ante el ordenador o la página en blanco. Y así como nadie cambia de idioma o de tendencia política cuando hace un cuento, yo tampoco me pregunto “qué soy” cuando escribo. Eso sería, al menos para mí, ubicarme en un horizonte demasiado cerrado, que no creo que beneficie a las “potencias de la imaginación”. Todos escribimos con nuestras circunstancias, aún cuando no nos demos cuenta, pero no veo por qué habría que racionalizarlas en el momento de escribir.

El Che Queer (Imagen: elciudadano.cl)
Por otra parte, suscribo sin titubeos la noción que el feminismo Queer tiene de los géneros, una noción que se opone a las identidades acabadas: mujer, heterosexual, “ejecutiva agresiva”, madre. Creo, con el feminismo Queer, que podemos cambiar de identidad a cada instante, con el lógico límite que lo real nos impone. Si yo he decidido no ser madre, esa decisión es también una circunstancia concreta de mi vida, aunque exista la posibilidad “biológica” de que tenga hijos. Es decir: yo elijo mi identidad, que ni siquiera tiene por qué ser fija.
Soy prácticamente una fanática de algunas ideas de Simone de Beauvoir, y estoy de acuerdo con ella en que las mujeres somos, “concretamente” distintas a los hombres. Distintas, no inferiores. En ese sentido, claro que escribo con mis circunstancias concretas, que no tienen por qué ser las que me señala el otro. Yo por ejemplo, me niego a ser “ejecutiva agresiva” y supongo que también escribo con esa elección.
¿Qué autores de relatos (españoles, latinoamericanos o de cualquier otro lado) te parecen más destacables en los últimos años? ¿Qué libros de cuentos más o menos recientes te han dado mayores alegrías como lectora?
Uf, son muchísimos, así que seguro que me dejo a alguien. Vamos a circunscribirnos a España –y al cuento– que de lo contrario no termino nunca. Entre los maestros (y aquí no tendré más remedio que dejarme a varios): aparte de Medardo Fraile, José María Merino, Ana María Matute, Quim Monzó y Javier Tomeo, mencionaré a Eloy Tizón, Ángel Zapata e Hipólito G. Navarro, que aunque más jóvenes, también son maestros.
Alrededor de mi generación y de las intermedias me parecen muy buenos Juan Jacinto Muñoz Rengel, Víctor García Antón, Alfonso Fernández Burgos, Manuel Moyano, Juan Carlos Márquez, Care Santos, Julio Jurado, Cristina Cerrada, Javier Sáez de Ibarra, Matías Candeira, Norberto Luis Romero y Fernando Cañero.
Entre mis mejores lecturas recuerdo particularmente El amigo de Kafka de Manuel Moyano; es un “gabinete de maravillas”, uno de los mejores libros de cuentos de los últimos años.
Aunque la escritora no hubiera pedido paso aún, tu formación como arquitecta no pudo con ese empuje. Tu literatura es hija de la deriva y del trabajo, por lo que no te imaginaba –ya lo has dicho– siguiendo un férreo plan para construir tus relatos, pero, ¿en qué modo crees que se hace presente el pensamiento espacial, arquitectónico, en tu narrativa?
En una ocasión alguien me preguntó por qué en mis cuentos la arquitectura siempre es destruida o abandonada por los personajes. Desde entonces no hago más que pensar en ello. Es verdad que en varios de mis relatos los personajes huyen de sus cárceles cotidianas. Huyen de la realidad y de la arquitectura opresiva, cogen un coche y toman el camino a París, saltan por una ventana, destrozan casas, se cuelgan de torres eléctricas, rebuscan entre los escombros o corren por las calles a medianoche. Es verdad, me temo, que como dice Eloy Tizón en el prólogo de mi libro, mis cuentos son “planes de fuga”; pero me gusta que mis personajes sean una especie de escapistas, que se pierdan en todo tipo de laberintos e intenten huir de la cotidianidad, del aburrimiento, del desencanto y el mecanicismo. Espero que corran hacia el País del Sueño, el jardín de las Hespérides, la Edad de Oro; que hayan llegado al futuro y sobre todo a Utopía, que me esperen allí. Después de todo, la arquitectura tiene mucho de utópica, porque casi todas las utopías tienen una relación estrecha con la ciudad. La primera utopía que leí fue la de Fourier; luego conocí las de los arquitectos utopistas. Creo que la arquitectura en mis relatos es el telón de fondo de la huida: del encierro del hombre en nuestra sociedad, del laberinto iniciático, de la vida nómada.

Leonora Carrington (D.P.)
El otro fuego es, entre otras cosas, un deudario confeso a la obra de grandes escritores (Cortázar, Felisberto, etcétera) pero también a la vida (entendida como acto poético) de autores como André Breton o Leonora Carrington. Háblanos un poco de esa herencia en tus letras y en tu actitud vital.
Respeto mucho el Surrealismo, que contra lo que se suele creer sigue estando vigente, pues de hecho existen varios grupos en el mundo (uno de ellos en Madrid) que mantienen vivo este maravilloso movimiento. Precisamente porque en verdad les respeto y admiro, tengo que decir que no me considero surrealista. En cambio el pensamiento de Breton ha influido profundamente en mi actitud vital. La primera vez que leí a Breton, su poema “Abandonadlo todo” me conmovió de una forma difícil de explicar. Fue una experiencia insólita, que pocas veces he vivido con un libro. Una experiencia que me llevó a reflexionar sobre la escritura y sobre muchas otras cosas. A partir de esa conmoción me entregué al estudio de la cosmovisión surrealista, a la lectura de sus autores: Leonora Carrington, Péret, Aragon, Leiris, Zurn. Esta fiebre no sólo me había asaltado a mí, sino también a otros miembros de La llave de los campos, y estoy convencida de que cambió nuestras prácticas, que hasta entonces eran únicamente literarias.
Me siento en deuda con todo el pensamiento surrealista, que me reveló el sentido de la verdadera poesía, me descubrió las ideas libertarias y me inspiró varias formas de rebeldía, entre ellas la oposición contra la “literatura económica”. Al Surrealismo debo mis tendencias románticas, y una gran parte de las experiencias vitales y poéticas más transformadoras que he vivido. Por otro lado, también me ha marcado mucho Leonora Carrington que, para nuestra fortuna, aún vive. Su trabajo como escritora y como pintora ha sido para mí un auténtico descubrimiento. Con ella también me siento en deuda, por eso le he dedicado un cuento del libro. Permanezco cerca del surrealismo, como amiga y como admiradora de sus prácticas. Pero literariamente hablando, ahora mismo voy por otro camino, más cercano a la literatura fin de siécle, lo que también en parte debo al Surrealismo, así que sigo teniendo con ellos una enorme deuda.
A la vista está, por tus lecturas, que ves la literatura universal como un todo. Además, reconociendo su valía, te sucede (como a un servidor) que puedes no sentir afinidad con autores como Borges. Pero hemos mencionado a Cortázar y a otros y me pregunto si sientes algún acento especial en tu literatura por tu procedencia americana.
Claro que sí, creo que mis cuentos son de algún modo “híbridos”, aunque yo diría que son más de aquí que de allá. No es que yo lo haya buscado, pero imagino que las circunstancias influyen, esas circunstancias concretas de las que he hablado antes a propósito del feminismo. Yo vivo aquí y por lo tanto soy de aquí, aunque también  sea venezolana.
La influencia de Cortázar en Latinoamérica es poderosa, pero no es la única. Tengo una deuda inmensa con él, con Cortázar, quizá sea el autor que más me ha marcado, pero también he leído mucho a José Antonio Ramos Sucre, uno de los grandes exponentes del modernismo latinoamericano. Me siento influida por García Márquez, Ruben Darío, Felisberto e incluso Bioy Casares. Cortázar, sobre todo Cortázar es mi gran maestro.
Te has definido como romántica, pero con un matiz interesante, pues no lo haces desde la nostalgia, sino desde la audacia de quien persigue esa Utopía, desde el deseo de despertar a una verdadera vida a través del arte.
Es que en realidad el Romanticismo, al menos según la tesis de Michael Lowy y Robert Sayre, no es sólo nostálgico, sino que también mira al futuro oponiéndose a los poderes que históricamente nos han robado la vida, la libertad, el sueño, el juego o el placer. Para los románticos todo está vivo, todo se mueve: la historia, la naturaleza, el ser humano; por eso su cosmovisión se podría resumir como “el movimiento”.
Intento que mis personajes, como los personajes románticos, sean metáforas de mi propio deseo de transformar el mundo, porque creo que la literatura es una práctica transformadora, aunque no la única. La palabra de Rousseau cambió la historia europea. La palabra de Friedrich Schlegel cambió el devenir del arte. La palabra de Freud arrasó con algunas premisas de la disciplina médica. La de Breton cambió la historia de la poesía. Y ninguno de ellos utilizó la palabra como un sustituto de la vida, ninguno de ellos aceptó la realidad como les fue entregada; en cambio todos fueron utopistas, luchadores ardientes, cada uno a su modo.
“Lo común es el defecto de los poetas de vista corta”, dijo Victor Hugo, porque lo común es la resignación. Pero los románticos no se resignaron. Ellos sabían que la vida sólo merece ser vivida de ese modo, sabían que las utopías, como dijo Lamartine, son verdades prematuras. La voluntad de cambio que anima a Fourier cuando concibe el Falansterio no difiere en esencia de la del Proust que termina En busca del tiempo perdido a costa de su salud. Además, son muchos los libros que han dado un giro completo a mi visión del mundo: Breton, Miller, Cortázar, Lamartine, Lacán, Bakunin, Beauvoire; fue un libro (Los viajes de Marco Polo) lo que siendo aún una niña me reveló la verdad de la utopía. A todos ellos les debo demasiado. No seré yo quien les contradiga. Y sinceramente, no imagino otra forma de vivir que no sea la búsqueda, el cambio. Por eso no quiero ser uno de esos poetas obedientes, bien educados, que según Victor Hugo salvaguardan la tranquilidad pública. Tampoco quiero tolerar los hilos que mueven una realidad que se nos impone a punta de pistola. Lo que me gustaría que un lector encontrara en mi libro es lo que yo he encontrado en otros: inspiración para reencantar y transformar el mundo. Inspiración, no evasión. Ojalá en verdad mi trabajo merezca ser calificado de romántico.
En tu etapa en el colectivo La llave de los campos firmaste aquellos “22 dogmas” que tanta cola han traído después en varios sitios, sobre todo frente a aquellos que suponen “lo real” como algo concluido y lo bendicen, que no aceptan que una grieta lo cuestione. ¿Te importa que escribir desde ese margen te pueda escatimar lectores? ¿Cómo te planteas mantener ese espíritu de búsqueda y libertad en tu camino en solitario, en tus próximos libros?
Los tiempos en los que formé parte de este colectivo fueron tiempos bellos, divertidos, experimentales, pero también muy serios. Aprendí mucho en esa época, para mí fue una experiencia vital clave, y una de las cosas que aprendí fue que la literatura (al menos la que merezca ese nombre) no se hace casi nunca desde el centro, sino desde los márgenes, salvo que uno quiera ser una máquina de repetir tópicos, lo que, francamente, me parece desolador. La mayoría de las escuelas artísticas que me interesan se edificaron desde los márgenes: el simbolismo, el surrealismo, el decadentismo, el romanticismo, el impresionismo, el deconstructivismo y un largo etcétera. No creo que los autores de todos estos movimientos se plantearan cuántos lectores perderían si hacían tal o cual cosa. No imagino a Breton o a Novalis sacando esas cuentas. Menos mal que ninguno de ellos lo hizo, nuestro legado sería muy pobre entonces. Y además, escribir así debe de ser muy aburrido y no me gusta aburrirme; soy demasiado hedonista. Efectivamente, ese “espíritu de búsqueda y libertad” define bastante bien lo que fue La llave de los campos. Estoy escribiendo mi próximo libro, que va lento pero me está dando muchas satisfacciones. Estoy experimentando, vital y literariamente, porque no concibo la vida de otra forma que como una búsqueda apasionada.
Foto © Víctor García Antón
El cuento de Inés Mendoza
“El otro fuego” pertenece al libro El otro fuego
(Páginas de Espuma, 2010).

No hay comentarios:

Publicar un comentario