miércoles, 26 de octubre de 2011

«La función que ejercen los progres es un simulacro»

Alberto Olmos, elegido por «Granta» entre los mejores narradores hispanos, publica "Ejército enemigo"
«La función que ejercen los progres es un simulacro»
 
Realista, sin pelos en la lengua y con un toque de nihilismo que casi roza el cinismo. Así se podría definir la personalidad de Alberto Olmos, joven escritor que en su día etiquetaron como sobradamente preparado y que con su nueva novela, «Ejército enemigo», se sitúa (con ánimo de ofender) en las trincheras de la nueva narrativa española. Lejos queda ya su tête à tête con Roberto Bolaño en el Premio Herralde a finales de los 90 y hasta su presencia entre los elegidos por Granta como mejores narradores jóvenes hispanos. Olmos, harto de moralina y buenas intenciones, apuesta por una historia en la que critica la falsa solidaridad, la intrascendencia del discurso político y la acción social consentida y sinsentido.
—¿Quién es el ejército enemigo en nuestra sociedad?
—Hoy parece que todo el mundo está de acuerdo y rema en la misma dirección, por lo que no hay enemigos. En términos de salvar el mundo y ser solidarios, los grandes magnates se llevan la palma. Todo el mundo es bueno. A veces se define a los ricos como los malos, pero en realidad no hay nadie que asuma ese papel y diga: sí, soy malo, yo soy el enemigo.

—Entonces, ¿cuáles son los bandos?
—Solo hay dos bandos: el de los ricos y el de los pobres. La función del que se queja en España la ejercen los «progres» y hacen ruido en esa dirección, pero es totalmente inútil, todo es un simulacro. Si cada actor de izquierdas que cobra seis millones de euros por película en Hollywood diera la mitad al Estado, otro gallo cantaría... pero no, decide patrocinar una camiseta o ir a una manifestación y levantar un poco la mano. Es un poco ridículo.
—¿Es Santiago, el protagonista de la novela, su alter ego perverso?
—El yo en las novelas es complicado, pero de algún modo sí. Me puse a escribir esta novela pensando que iba a ser imposible publicarla en España por ilegal. Como todo el mundo es tan simple no termino de poder explicarlo, pero las pulsiones negativas existen y porque las concentres en un libro eso no quiere decir que sea tu visión de la vida. En este libro he concentrado todas esas reacciones airadas que puede uno tener semanalmente y no creo que sea tan grave narrarlo.
—¿Qué clima se respira hoy en España?
—Todos damos por hecho que los malos son otras personas. Nadie entiende eso que tantas veces aparece en el periódico de «Sus vecinos dicen que era una persona normal». Todos somos personas normales hasta que se nos cruzan los cables y matamos a nuestra esposa, a nuestros hijos, a nuestra madre, o nos suicidamos, o disparamos contra todo el mundo. Los guardianes de la moral en España siempre creen que están libres de culpa, ellos nunca van a hacer nada malo porque están en sus chalés con sus vidas cómodas. Evidentemente nunca van a estar atornillados por la realidad hasta el punto de perder la cabeza.
—¿Y la gente de la cultura?
—Lo importante es quedar como buena persona, y eso en el cine español es descarado, son todos santos. Alguien hace una película sobre el tema de moda, como en su día ocurrió con «El Bola», que a mí me parece una película malísima, y es tan buena persona que le damos el Goya. Los escritores, aunque nunca lo digan, tienen un interés enorme por el dinero y la fama. Si no tienes nada que contar es un pocomiserable jugar con el dolor de otra gente, dedícate a otra cosa. Nunca haré una novela sobre la Guerra Civil porque a mí no me importa, no me interesa y es literatura de segunda división.
—¿Y cuál es la literatura de primera división?
—La que permanece. Tolstoi decía que es más difícil hacer una novela sobre la vida normal de la gente normal que hacer una novela sobre Napoleón. Yo creo en eso, en novelas sobre cosas reales. La novela que hoy pueda competir con un cierto canon probablemente tenga que tratar sobre nuestros propios días.
—En el libro aparece una cita de la película «Acción Mutante»: «Todo el mundo es tonto o moderno». ¿Cree que esa frase es extensible al mundo cultural en nuestro país?
—Esa cita es del 93 y siempre va a ser actual. La modernez en España es realmente un círculo tan pequeño que es casi invisible. Hay algunas editoriales en España que solo publican a actores o a cantantes, y es de una vaciedad absoluta. Pero esa modernez insoportable es solo cosa de Barcelona.
—¿Qué le inspira el adjetivo progre?
—Progre es una persona que disfruta de todas las ventajas de estar en la clase alta, pero que no quiere asumir ninguna culpa y entonces manifiesta supuestas emociones solidarias con todos los que sufren. El problema de los progres es que creen que los pobres quieren la igualdad, pero lo pobres no quieren la igualdad, quieren ser ricos. Todos sabemos que vivir bien es mejor que vivir mal, y que el dinero te hace feliz. La gente no quiere igualdad, la gente quiere ser rica.
—No le voy a preguntar por el 15-M.
—No quiero hablar del 15-M, dado que mi novela fue escrita mucho antes. Soy escéptico sobre que ese tipo de acción vaya a algún lado; quizá tiene demasiado de «happening», como el verano del amor en Manchester. Conozco de cerca a personas que están muy implicadas, y me da algo de pena que no noten los diferentes grados de compromiso que pueden detectarse en todo eso. Hay muchos que tienen la vida resuelta y no se juegan nada. Además, creo que la estrategia de conseguir salir en los medios es errónea, es hacerle de hecho el juego al sistema, porque al final tarde o temprano todo deja de salir en los periódicos. Entonces, ¿qué nos queda?
—El caso es que se le ve indignado...
—Sobre todo estoy cansado de la moralina que lo cubre todo, de que todo sea solidario.

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