miércoles, 23 de mayo de 2012

Hubert Selby jr.


El eterno desahuciado

“Última salida para Brooklyn” (1964) lo consagró como el Céline estadounidense. Anagrama la publicó a finales de los 1980 y nunca más se supo. Pero el “boom” de las pequeñas editoriales independientes ha propiciado la recuperación de las tres siguientes novelas de este “outsider” de las letras americanas. La última en ser rescatada ha sido “El demonio” (Huacanamo). texto PHILIPP ENGEL

A los 15 años, Hubert Selby Jr. dejó el colegio para seguir la estela de su padre y se alistó en la marina mercante. El bravo muchachote siempre había soñado con hacerse a la mar, pero no tardaron en devolverlo a tierra con un diagnóstico, tuberculosis, y la garantía de que no llegaría a finales de año. Pero a los 20 todavía estaba agonizando en una cama de hospital, incluso llegaron administrarle la extremaunción en varias ocasiones. Y, contra todo pronóstico, logró salir adelante, no tanto milagrosamente como gracias a numerosas operaciones quirúrgicas y a innovadores tratamientos con drogas experimentales que arruinaron a su familia. Tampoco es que saliera ileso. Le dieron el alta con diez costillas menos, un pulmón y parte del otro totalmente irrecuperables, la vista y el oído seriamente dañados y una adicción galopante a las pastillas y a la morfina, más tarde heroína, de la que no consiguió zafarse hasta que, en 1967, le encerraron por posesión.
Hubert Selby Jr. envejeció más rápido que nadie, enseguida se convirtió en la sombra de sí mismo, un tipo alto y flaco, medio calvo y con ojos de iluminado. Casi un fantasma, un espectro con el ligero toque de distinción que le confería su ascendencia británica. Al menos estaba vivo, muy vivo.



Teclas contra la muerte
Rebobinemos al plano del joven desahuciado en la cama del hospital. No cabe duda de que la literatura tuvo un papel primordial en su salvación. Fue en esa cama donde le cogió gusto a la lectura, y así se aferró a una Remington portátil como si fuera la vida misma. Palabra a palabra, se construyó un estilo propio, caracterizado por su desprecio de las convenciones académicas: puntuación al gusto, uso y abuso de MAYÚSCULAS… También marcado por el sonoro realismo de su poética callejera y por un ritmo endiablado que hace pensar en un escritor poseído. Habrán adivinado que la temática de este superviviente nato, que conoce el dolor de primera mano, no baña en una luz cegadora. Aunque vaya por delante que su premisa nunca fue la de aburrirnos con su propio calvario, sino ante todo la de “contar una buena historia”. Construyó un universo literario que bien podría ser el reverso más oscuro del sueño americano, su pesadilla, el reflejo de “la violencia de un mundo sin amor”.
Con él llegó el escándalo
En las seis historias que se entrelazan en su debut, Última salida para Brooklyn (1964), circulan maricas, yonquis y una prostituta, la inolvidable Tralala, que se deja violar hasta la muerte por medio centenar de desalmados. Una tan implacable como honesta inmersión en los bajos fondos del Brooklyn de los años 1950, que fue recibida con prohibición total en Italia y un histórico proceso por obscenidad en Gran Bretaña, con miles de narices arrugadas en los círculos puritanos, en el que tomaron su defensa escritores como Anthony Burgess. Resultado: más de dos millones de ejemplares vendidos, condición de clásico instantáneo y una adaptación cinematográfica que se retrasó, por causa de varios proyectos fallidos, hasta un tardío 1989. La dirigió el alemán Uli Edel y Selby brindó un curioso cameo metaliterario: es el desaprensivo conductor que atropella y mata a uno de sus personajes.
Ansiedad tras la tormenta
¿Qué ocurrió entre el libro y la película? Selby simplemente dejó de ser noticia, siguió tecleando con la misma furia, pero en el oscuro rincón de la literatura americana que le correspondía, más el de un escritor de culto que el de un novelista superventas. Y es que tampoco lo puso fácil. Su segunda novela, La habitación (publicada en 1971 y recuperada por Ediciones La Escalera), transcurre íntegramente en el laberinto mental de un recluso consumido por sus delirios de venganza en la celda del título; el propio autor reconoció que se trata de “el libro más oscuro sobre la degradación humana después de la Biblia”. El comportamiento adictivo es el tema que más vistosamente se repite en sus novelas, y la adicción tiene un nombre en la ficción de Selby. Se llama Harry. Harry nunca es la misma persona, pero siempre es un tipo en lucha consigo mismo, y que pierde. Harry es el sindicalista casado que descubre su homosexualidad durante la huelga de Última salida para Brooklyn, y no puede reprimir su deseo ni cuando asea a su propio bebé; Harry se llama también el recluso que incuba su resentimiento victimista en La habitación, y por Harry atiende uno de los tres yonquis de Réquiem por un sueño (1978), opresiva novela recuperada por Sajalín, que el cineasta Darren Aronofsky tuvo la audacia de trasladar a la actualidad en el año 2000. Otro film con cameo metaliterario: Selby aparece como el guarda que se ríe de sus propios personajes.
El diablo dentro de Selby
Hubert Selby Jr., que se mantenía sobrio desde principios de los 1970, dedicó El demonio (1978), la soberbia novela que ha publicado Huacanamo, a Bill Wilson, uno de los fundadores de esa asociación tan presente en la historia de la literatura estadounidense, Alcohólicos Anónimos. Aunque este último Harry no tiene problemas con las drogas, ni con el alcohol, sino con aquello tan contradictorio que popularizó Michael Douglas. Es un adicto al sexo y, a diferencia del resto de la galería de personajes selbynianos, Harry White pasa por ser un triunfador en todos los sentidos. Es el hijo atento que vive con sus padres en Brooklyn, toma el metro cada día para ir a trabajar a una empresa de Manhattan donde no dejará de medrar siempre que su enfermiza obsesión se lo permita, y no hay falda que se le resista. El demonio también podría ser la novela más recomendable para iniciarse en Selby, pues contiene pasajes diabólicamente divertidos. Y si no, vean lo que piensa el bueno de Harry cuando uno de sus compañeros de trabajo es nombrado vicepresidente junior en su lugar: “El imbécil de Davis, entre tanto, hacía una serie de estúpidos comentarios sobre lo feliz que se sentía y sobre lo mucho que se esforzaría por estar a la altura de las exigencias de su cargo –de tu nuevo cargo, pedazo de idiota-, y le agradecía a su mujer lo mucho que le había ayudado y que hubiera hecho posible que él se dedicara de lleno a su trabajo, hasta el punto de haber podido llegar adonde había llegado… Y luego siguió dando las gracias a unos y a otros con un puñado de chorradas carentes de sentido, aquel empolloncito sin carácter, hasta que por fin se volvió a sentar y todos aplaudieron como una manada de focas subnormales” (Risas). Una cita vale a veces más que mil divagaciones de crítico enfierecido.
El demonio es American Psycho “avant la lettre” y, sobre todo, un remake a la americana, convenientemente actualizado y ampliado, de El diablo, aquel cuento póstumo de Tolstói sobre un joven hombre casado torturado por el deseo, cuyo final alternativo dice así: “Y, en efecto, si Eugenio Ivánich estaba loco, cuando cometió el crimen, los demás también lo están; locos son ciertamente los que en otros ven síntomas de locura que no saben descubrir en sí mismos.” No cabe duda de que Tolstói, como Dostoievski, hubiesen sido fans a muerte de Hubert Selby Jr.

No hay comentarios:

Publicar un comentario