lunes, 28 de mayo de 2012

Jean Ziegler: "El hambre puede alumbrar en España una generación de débiles"

Jean Ziegler: "El hambre puede alumbrar en España una generación de débiles"

El relator de Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación, publica 'Destrucción Masiva. Geopolítica del Hambre' (Península)

Jean Ziegler:
Jean Ziegler Dani Duch

         
A sus casi 78 años, Jean Ziegler, analista político y ex relator especial de Naciones Unidas para el derecho a la Alimentación, y actual miembro del comité consultivo de Derechos Humanos es un apasionado orador en defensa del que quizá pueda considerarse el primer derecho del hombre, el derecho a la alimentación. Fruto del trabajo de décadas en este ámbito, este alto asesor de la ONU, tiene una posición crítico con la organización: Su discurso, defendido en un castellano internacional, producto de los habituales mestizajes semánticos de quien se defiende en media docena de lenguas, se resume en la ignominia de que aún hoy el hambre se cobre vidas humanas, cuando las capacidades del planeta podrían dar alimento a casi el doble de la población actual del mundo.

Usted niega el principio de que el hambre tenga relación con el crecimiento de la población mundial. Para un lego es sorprendente.
No, no es un problema. Los ciclos son los siguientes: cada cinco segundos, un niño de menos de diez años muere de hambre. Son 57.000 personas las que mueren de hambre cada día. Al menos 1.000 millones de personas son gravemente invalidados o sufren secuelas graves por la desnutrición. Los informes que dan cifras, localización y edad de las víctimas dicen que la agricultura mundial podría alimentar normalmente con 2.200 calorías diarias 12.000 millones de personas. Sólo somos 7.000 millones. En el siglo XIX e inicio del XX era distinto, gentes de Andalucía tenían que emigrar por el hambre, por ejemplo. Pero ahora es diferente, ahora no existe una fatalidad objetiva en el hambre. Un niño que muere de hambre es un niño asesinado. El problema no es la producción sino el acceso, los precios. En las barriadas periféricas, en Lima, Sao Paulo, Manila… donde viven 1.600 millones de personas, según el Banco Mundial en estado de extrema pobreza, las madres deben comprar con muy poco dinero la alimentación del día. Debido a la especulación alimentaria de los dos últimos años que hizo explotar los precios de los alimentos, el maíz aumentó un 63%, la tonelada de arroz de Filipinas un 94%, y la tonelada de trigo ha duplicado su precio. La consecuencia son los beneficios astronómicos de los hedge funds que han migrado de los mercados financieros, tras las inmensas pérdidas de los años 2008 y 2009, a las bolsas de materias primas, especulando descaradamente y legalmente con el maíz, el trigo, el aceite de palma… Y la otra consecuencia es la extensión de la miseria en el mundo. También en España, donde hay más de dos millones de personas por debajo del umbral de pobreza. La muerte, la desnutrición progresa muy rápidamente en los barrios más pobres del mundo. Pero sería muy fácil de acabar con esta situación.

¿Prohibir la libre especulación sobre los alimentos?
Claro. Es suficiente cambiar las leyes nacionales que permiten especular con los alimentos. El enemigo son las grandes sociedades multinacionales. Diez de ellas controlan el 85% del comercio alimentario del mundo. Por ejemplo Cargill controló el año pasado el 26% de todo el comercio de trigo, incluido el transporte, almacenamiento y la comercialización. Dreyfus controla el 31% de todo el arroz. Insisto, no hay problema de población. No me entienda mal, yo estoy por el control de población, creo que las mujeres deben poder decidir sobre la maternidad, es su derecho. El control de la natalidad en Mali, por ejemplo, en el Sahel, es deseable, porque la mitad de ellas no pueden amamantar a sus hijos porque están muy débiles por la subalimentación. Ellas deben poder decidir en qué condiciones sociales quieren ser madres. El control de la natalidad es bueno para la dignidad y el bienestar físico de la madre, pero no es un arma contra el hambre. El hambre tiene otras causas estructurales.

Los índices de ONU sobre progreso humano, desde los 60 a hoy, revelan que muere de hambre algo menos gente en números absolutos y mucha menos en términos relativos, dado que la población mundial se ha duplicado en ese periodo.

Pero los números absolutos son importantes. Un niño es un valor absoluto.

Esa evolución en todo caso, revela la capacidad del planeta para alimentar, como usted sostiene, a una población mayor. Hay políticas que han ido funcionando en la reducción del impacto del hambre. ¿Cuál es entonces el motivo de que no se haya eliminado?
No se hacen las cosas necesarias. El clima se deteriora, es cierto. Las sequías aumentan rápidamente, como se ve ahora en el cuerno de África, donde hay más de dos millones de personas al borde del abismo tras una sequía de cinco años. También aparece ahora un problema similar en el Sahel, con sequía también y con plagas de langostas. Son aparentemente verdaderas catástrofes ecológicas, pero en todos los países del mundo hay reservas alimentarias obligatorias, como ocurre con el petróleo. Hay leyes para ello. En los países más pobres del mundo no hay reservas alimentarias porque los precios han subido de tal manera que no les fue posible acumular centenares de miles de toneladas de alimento. Y entonces es cuando concurre una catástrofe como una sequía y mata a la gente. Cuando la opinión pública dice que es una tragedia lo que ocurre en el Sahel, es verdad, pero la verdadera causa del hambre es la especulación bursátil con los alimentos. La deuda externa, además, estrangula la posibilidad de invertir en agricultura de irrigación para la subsistencia. Hoy en toda el África negra, sólo hay un 8% de tierras de regadío. Si hay sequía en Castilla o Andalucía, se aplica riego artificial. En África sólo hay 250.000 animales para arar, y menos de 100.000 tractores y no hay semillas seleccionadas. Y el agricultor africano, que pertenece a etnias culturalmente muy ricas y con una gran competencia en la interpretación del clima y de las semillas, produce muy poco, de 600 a 700 kilos por cada hectárea de trigo, con buen tiempo, mientras en Lombardía, Bretagna o Castilla, el mismo terreno produce anualmente 10 toneladas de alimento.

Pero las grandes compañías del sector ofrecen semillas, fertilizantes, plaguicidas y toda clase de productos para mejorar esa productividad del suelo. El problema, entiendo, es el precio.
Claro. Se trata de una violencia estructural. Es verdaderamente un orden caníbal del mundo. Estas multinacionales que dominan el sector alimentario mundial, son compañías que saben hacer muchísimas cosas, son dinámicas y creativas, son impresionantes. Pero funcionan solamente basadas en el principio de la estrategia de la maximización de beneficios. Por ejemplo, Nestlé, la multinacional más grande de la alimentación y el agua embotellada, tuvo como presidente, hasta que renunció en 2008, a un austriaco más o menos simpático, Peter Brabeck-Letmathe. No es un problema de psicología, o de inmoralidad personal, Brabeck no era el problema, pero si no aumentaba un 15% o un 20% cada año el beneficio de la compañía, en tres meses estaba fuera de la presidencia. No es un problema de relaciones humanas. Los dueños de esas multinacionales no son gente terrible, cínica, que ignore el problema del hambre, entiéndame, es el sistema el que mata. Y podemos devorar este sistema.

¿Es usted optimista, entonces?
El título de mi libro, Destrucción masiva, parece indicar que no, pero es un libro de esperanza. En una democracia auténtica, como la española, no hay impotencia: los ciudadanos pueden hacer todo lo que consideran, pueden eliminar todos los mecanismos que hoy matan a la gente o que crean hambre, incluso en España: la especulación, el dumping agrícola, la deuda externa, el robo de tierras, los agrocarburantes… todos esos mecanismos del hambre son actos del hombre, y el hombre puede romperlos en los países democráticos. Podemos prohibir mañana en las Cortes la especulación alimentaria. En España, de hecho, IU va a presentar una proposición no de ley al respecto. Es técnicamente posible, lo único que hace falta es una mayoría contra el neoliberalismo, contra el dominio absoluto del mercado de todas las cuestiones humanas.

La actual crisis parece trabajar en contra de las iniciativas de ayuda al desarrollo, cuyas partidas se han visto muy reducidas. Sin embargo, la misma crisis en muchos sentidos ha significado una crisis del pensamiento ultraliberal hegemónico, la idea de que la desregulación impulsa el progreso ha colapsado.
Totalmente, es muy interesante que lo mencione. Hay un aspecto de la crisis con los países del Tercer Mundo que es terrible: los países ricos han cortado sus contribuciones al desarrollo y en especial al programa alimentario mundial. En el cuerno de África los funcionarios de Naciones Unidas rechazan a familias enteras de hambrientos en la sabana porque el Programa Mundial de Alimentos ha perdido la mitad de su presupuesto, que era de 6.000 millones de dólares en 2008 y hoy día es de menos de 3.000 millones. El PMA no tiene más dinero para comprar alimentos cuyo precio ha aumentado muchísimo. Es una consecuencia directa de la crisis. Pero, tiene usted razón, la crisis es una ocasión para una toma de conciencia. Cuando hay un informe de Unicef que señala que el 26% de los niños españoles viven por debajo de los umbrales de pobreza es algo muy grave. Tenga en cuenta que la desnutrición en la edad adulta no deja secuelas permanentes, pero en la infancia sí, produce problemas en el desarrollo, en particular en el desarrollo neuronal del cerebro. Podemos estar fabricando una generación de españoles débiles. Pero un país como España con profunda conciencia y tal capacidad de lucha —no hay pueblo en Europa que haya luchado más en los últimos 100, 150 años con victorias y fracasos—, la toma de conciencia provocada por la experiencia de la crisis hace surgir la idea de la solidaridad. El hambre en España, después de todo, está provocada por los mismos mecanismos que en Mali, en Honduras o Blangadesh: la deuda, al especulación, el dominio de las multinacionales… El enemigo es el mismo. Jean Paul Sartre escribió que conocer el enemigo es combatir al enemigo: mi libro es un arma para conocer al enemigo. Pero después, la movilización popular, la discusión pública, las iniciativas políticas, etcétera, pueden crear este frente de solidaridad contra el orden caníbal del mundo.

En su libro hay dos grandes villanos, el demógrafo inglés Thomas Malthus y Pascal Lamy, director de la Organización Mundial de Comercio.
Malthus fue un personaje histórico cuyas ideas influyeron durante más de cien años en la interpretación del hambre.

Su reproche en el libro no es tanto contradecir sus previsiones demográficas como el enfoque determinista que daba a esas proyecciones, una coartada moral para tolerar el hambre.
Malthus ha servido mucho a los intereses de las clases dirigentes de los tiempos coloniales. La aristocracia inglesa, la aristocracia colonial española o la burguesía francesa aludían a su ley de la necesidad: “El hambre no es un crimen”, decía, “es la ley de la necesidad”. Por eso fue tan popular. Cuando yo era estudiante las teorías de Malthus aún eran defendidas. Hoy día no es posible que en un parlamento, en una conferencia, en un debate público, en una universidad, nadie defienda la ley de la necesidad de Malthus, sería expulsado. No es tolerable. Pero en realidad, hoy día, una teoría más peligrosa es el neoliberalismo, que dice que el único actor de la historia es el mercado, que funciona sobre la ley natural. James D. Wolfensohn, que fuera presidente del Banco Mundial, sostenía que el horizonte de la historia es la autoregulación del mercado, la desaparición de todo poder normativo. Y Pascal Lamy es esto: no es un cínico, no es un tipo horrible que diga que el hambre es fruto de la vagancia de los africanos ni sostiene ninguna teoría racista sobre el subdesarrollo, no. Cree que el mercado va a resolverlo todo, y todos los problemas actuales se deben a que el mercado no está suficientemente liberalizado y privatizado. Cree que hay que disolver todos los sectores públicos, incluida la educación, los transportes, la sanidad y liberalizar la circulación de productos, servicios y capitales. Y cuando la total liberalización haya concluido, habrá una lluvia de oro sobre el planeta y que va a caer sobre los miserables. ¡Es de un oscurantismo total, es una fe religiosa! Desde que se disolvió el bloque comunista, explica el Banco Mundial, durante la primera década de globalización, la de los noventa, el PIB planetario se duplicó, el comercio mundial se triplicó y el consumo de electricidad se duplicó cada cuatro años. Es verdad, la liberalización produjo ese crecimiento, riquezas inmensas, pero de otra parte, esta monopolización extrema de esas riquezas ha producido el nacimiento de oligarquías del capital financiero mucho más poderosas que todos los estados del mundo o la ONU. Y la pirámide de los mártires, de las víctimas, especialmente en los países del hemisferio Sur, no ha dejado de crecer. La teoría de Lamy es objetivamente falsa: es verdad que un segmento se enriquece, pero no resuelve los problemas del hambre, la miseria…

Y el héroe de su libro es el médico brasileño Josué de Castro.
Sí, un gran hombre. Fue un médico brasileño de Recife que descubrió que el 90% de los problemas de salud de la zona que atendía se debían al hambre y trató de averiguar las causas de esa malnutrición en un país en el que se atribuía la pobreza a la vagancia de los negros. Él no era un gran teórico, pero como médico salió de su gabinete y fue a ver por qué la gente no comía. Vio que el latifundio y el régimen social eran la causa. E hizo el primer libro que analiza las causas del hambre, Geopolítica del hambre. Fue casi confidencial, pero después de la II Guerra Mundial se convirtió en un bestseller internacional.

¿Un bestseller?
Hitler había organizado el uso del hambre como arma política. Murió más gente en los campos de concentración de hambre que en las cámaras de gas. Tres millones de prisioneros soviéticos murieron de hambre en los campos. En los once países ocupados por Hitler se practicó el robo organizado de alimentos. En Francia, Noruega, Bélgica, etcétera, la gente se moría de hambre. Era una política del hambre organizada. Entonces al acabar la guerra, la gente en Europa descubrió que Malthus no tenía razón, no había una fatalidad objetiva, una plaga natural, el hambre era un instrumento político que se organiza y aplica en estrategias concretas. El libro de Castro fue traducido y se convirtió en un increíble bestseller. La gente descubrió entonces qué pasaba en África, en América Latina. En homenaje al 50 aniversario de la muerte de Castro usé el título de su libro como subtítulo del mío, para honrar al que fue uno de los primeros integrantes de la FAO en la ONU, y que en los años 46 al 48 puso en marcha el Programa Mundial de Alimentos. La opinión pública movilizada y la ONU estuvimos a dos milímetros de la victoria.

¿Qué pasó?
El neoliberalismo.

¿Y no cree que en estas décadas las sociedades occidentales hemos crecido moralmente, al margen del peso de las ideologías, que nos sentimos más concernidos por el dolor ajeno?
Sí, tiene usted razón. Puede parecer una respuesta contradictoria: la justicia social es hoy peor que antes del triunfo del neoliberalismo. Hay Estados desparecidos como Somalia, Honduras, Guatemala, donde familias mafiosas de latifundistas controlan el país. La ONU no hace nada y Ban Ki-Mon es un mercenario norteamericano. Y Roberto Flores, embajador de Honduras —un país que es hoy uno de los peores del mundo, con sindicalistas muertos, periodistas desaparecidos…—, Flores, un golpista, es el presidente del comité de selección de relatores del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Esto ha terminado de enterrar la credibilidad de la ONU. Pero a la vez, es verdad que hoy las sociedades se sienten más tocadas por los problemas ajenos.

Bueno, también podría pensarse en cómo estaría el mundo si no hubiera habido Naciones Unidas.
Es verdad. Hay que ser optimista. Yo lo soy: pienso que la crisis va a despertar las conciencias.

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